“La Muralla del Tiempo” de Camila Andrea Fernández

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La Muralla del Tiempo

Camila Andrea Fernández

—Niños, ¿qué significado tiene su nombre?, ¿proviene de algún antepasado, como un abuelo o abuela? —Preguntó la maestra de primaria a los niños. Yuan no sabía por qué se llamaba así, lo que le dio curiosidad y le preguntó a su abuelo ese mismo domingo al mediodía.

—Uno de nuestros antepasados se llamó Chu Yuan-Chang. Fue un emperador, fundador de la dinastía Ming. —Dijo su abuelo, que, viendo el rostro apasionado del niño, prosiguió— Los Ming, en los siglos XV y XVI, fueron los que erigieron el Muro de los Diez Mil Li.

— ¿Por qué decidieron construir el Muro? —Preguntó Yuan. La historia había captado su atención a tal punto que se le enfriaban los tallarines.

—Bueno, en esa época, las batallas eran algo común, y los diferentes estados construyeron murallas para defenderse. Cuando el imperio se unificó, la dinastía Ming hizo que todas las pequeñas murallas constituyeran una sola, y así se creó el Muro.

—Hoy en la Primaria nos dijeron que teníamos que conocer a nuestros antepasados; que teníamos que hacer el árbol familiar. —Dijo el niño con aire distraído mientras comía los fideos. Su abuelo se quedó pensando un momento, y siguió comiendo.

En la noche, Yuan se preparó para dormir, y su abuelo fue a verlo a su habitación.

— ¿Alguna vez escuchaste la leyenda de la Muralla del Tiempo? —Dijo su abuelo con el mismo tono de misterio que usaba cuando estaba por contar alguna historia. Yuan enseguida levantó los ojos con el brillo típico de un niño lleno de curiosidad. Tian, su abuelo, comenzó el relato: —Hace mucho tiempo, cuando las personas aún escribían sus líneas genealógicas en enormes libros de cuero, un hombre, escondió su genealogía entre las rocas del Gran Muro con la intención de borrar su nombre de la historia y comenzar de nuevo. Sin embargo, sus ancestros vieron sus actos y no quisieron permitirlo, por lo que los Creadores, los Dioses, decidieron que desde ese momento, esa Muralla sería un lugar donde quedaran grabados todos los antepasados de todas las personas, incluyendo al hombre que había escondido su nombre allí. Aunque hay un punto clave en esta leyenda, porque no todas las noches se puede observar este cambio en la Muralla del Tiempo, como se le había llamado desde allí en adelante; sólo cuando ocurre la conjunción planetaria se puede observar a los antepasados de quien esté presente allí, ya que fue justo en una ocasión como esa cuando aquel hombre escondió su genealogía.

— ¿Qué es una conjunción planetaria? —Preguntó interesado su nieto.

—Es cuando los planetas se alinean, de modo que se ven todos en una línea recta en el cielo.

— ¿Y cuándo crees que pase eso de nuevo?

—Según algunos astrónomos, la conjunción pasará dentro de treinta días a partir de mañana. —Dijo Tian con los mismos ojos brillantes que su nieto. —Nosotros no tenemos el Libro de Memorias de nuestra familia, porque se perdió hace tiempo, así que no conozco la genealogía completa de nuestra familia… pero en la Muralla del Tiempo seguramente puedas verla.

—Y, ¿cómo es que podemos ver a nuestros antepasados?

—Algunos dicen que se nos aparecen como espíritus, otros dicen que se proyectan como una película sobre las piedras de la muralla, pero nunca logran contarlo, y los rumores son más fuertes que las historias verídicas.

— ¿Podríamos ir, no? Para navidad. —Dijo emocionado Yuan.

— ¡Vamos a ir! Además, así visitamos a tu tía. —Respondió su abuelo.

Para Yuan, el mes pasó volando; y el viaje hasta Pekín fue lo más largo que podría haber experimentado: durmió, comió, y volvió a dormir, hasta que al fin llegaron. La ciudad era más grande de lo que Yuan había imaginado; aunque se parecía bastante a la ciudad donde vivía él. Los edificios eran a su vista gigantescos. Con su tía fueron a visitar los lugares más famosos de Pekín: La Ciudad Prohibida, el Templo del Cielo, hasta que oscureció y volvieron a la casa.

—Vamos a pasar la navidad con la tía y luego vamos a ir al Muro, ¿está bien? —Le dijo Tian a su nieto, quien sonrió como respuesta.

La tía hizo cantidad de comidas para la cena de Navidad, por lo que cenaron felices. Luego de la comida, cantaron “noche de luz” junto a la ventana, y después fueron afuera a ver los fuegos artificiales. Miraron las estrellas hasta que Yuan se durmió; entonces Tian lo alzó y lo llevó a su habitación. A la mañana siguiente desayunaron y Tian le explicó a su nieto cuándo iban a ir al gran Muro.

—Entonces, pasado mañana vamos a irnos al Muro de los Diez Mil Li, y a la noche esperaremos a ver qué pasa. —Yuan se emocionó y todo aquel día estuvo preparando cosas, armando y desarmando el bolso que iba a llevar.

El día en que iban a partir, se despidieron de la tía de Yuan y tomaron el colectivo hasta el Muro de los Diez Mil Li. Cuando llegaron, ambos se sorprendieron de cuán grande era: La escalera que debían subir parecía no tener fin, pero aun así la subieron. Llegaron a una de las torres y observaron: no tenía fin ni a la izquierda ni a la derecha. Pasaron el día entero recorriendo la gran muralla, hasta que llegó la noche, entonces se sentaron en una de las torres a esperar.

Tian ya se había dormido hacía tiempo cuando Yuan escuchó un ruido afuera de la torre. Se quedó quieto, esperando, escuchando cualquier susurro del viento, cuando por el umbral apareció un animal: tenía cuerpo de león, piel de pez y cuernos de ciervo. Yuan lo reconoció como el Qilin, uno de los seres mitológicos de la cultura China. El ser se le acercó lentamente y luego de olerlo, lamió su mano. De pronto todo el entorno se volvió confuso, las estrellas empezaron a girar, y la Muralla a lo largo se movía como una serpiente. Yuan cayó de espaldas y, con la vista fija en el cielo, vio los planetas alineados, la conjunción; entonces se desmayó. Cuando despertó vio al mismo ser, el Qilin, a su lado observándolo fijamente.

— ¿Qué haces aquí, niño? —Dijo una voz cercana. Yuan observó y reconoció a un soldado. Éste extendió un brazo y lo incorporó de un salto. — ¡Vete a la torre ahora mismo! — Dijo y lo empujó hacia la torre.

Yuan de pronto se vio rodeado de soldados, con una lluvia torrencial mojándolo y una confusión que empeoró cuando llegó a la torre y no vio a su abuelo acostado. Vio una roca pasando sobre su cabeza que provenía de una de las catapultas del ejército enemigo y a varios soldados agazapados en la muralla tirando flechas. Se acurrucó en una de las esquinas de la torre y observó la misma escena durante horas hasta que un hombre se acercó, se agachó, y le dio un plato de comida.

—Hola pequeño, soy Dalai. ¿Cómo te llamas? —Preguntó con voz dulce.

—Me llamo Yuan, señor.

—Te voy a llevar a casa. —Respondió y se fue. Al poco tiempo volvió con una bolsa e hizo que lo siguiera. El Qilin ya no estaba.

Yuan lo siguió por pasadizos bajo tierra, hasta que llegaron a un camino rodeado de pastizales. No hablaron durante todo el camino, y cuando ya habían pasado algunas horas y Yuan quería caer rendido en el pasto, el hombre paró. Durmieron un poco y luego prosiguieron el viaje durante otro día. Entonces llegaron a un complejo enorme, la Ciudad Prohibida; aunque no se detuvieron y entraron a un gran palacio, llamado el Palacio de la Suprema Armonía. Lo llevó por distintos corredores hasta una gran habitación.

—Ésta es tu habitación. Te quedarás aquí hasta que venga a buscarte. Puedes bañarte y dormir un poco. —Dijo el hombre y se retiró. Yuan se bañó y cayó rendido en su lecho.

Al día siguiente lo llevaron a un salón gigante, donde había un trono y sentado en él, un hombre con barba y bigote largo y blanco. Dalai se inclinó y lo reverenció, Yuan lo copió y luego fue presentado.

—Emperador Hongwu, le presento a aquél que apareció desde la lluvia, Yuan. —El emperador, con un porte digno de un rey, no se inmutó ante tal presentación.

— ¿Cómo llegaste al Muro? —Le preguntó el emperador a Yuan.

—Llegué con el Qilin, emperador. —El emperador se asombró con tal respuesta, y pidió que le cuente más. Yuan le contó toda la historia, y cuando hubo terminado, el emperador se quedó anonadado.

—Te das cuenta que has viajado en el tiempo, ¿verdad, muchacho? — Le preguntó Dalai cuando lo llevó de nuevo a la habitación. Yuan se quedó mirado el suelo, asimilando todo lo que había pasado.

— ¿Cómo voy a volver? —Le preguntó, confundido.

—Yo sé cómo volverás. —Dijo una voz temblorosa que venía desde la puerta. Era una anciana que estaba junto a la puerta. —Viniste con un propósito: conocer a tus antepasados, ¿cierto? Entonces lo que debes hacer es conocerlos. Empezarás mañana por la mañana en la biblioteca.

—Pero no tenemos un libro de genealogía. —Dijo Yuan.

—Aquí sí. —Respondió la anciana.

A la mañana siguiente Yuan fue a la biblioteca y encontró a la anciana sentada con un libro grueso y viejo ante ella. Comenzaron a leer nombre por nombre, desde los padres del emperador y sus ascendientes, hasta que encontraron páginas en blanco.

— ¿Qué pasa con estas páginas? —Preguntó Yuan.

—Estas páginas son las que todavía no se escriben, son las que nuestros sucesores escribirán. Son las que tú escribirás.

—Pero si nosotros no tenemos este libro, ¿quién se lo quedó?

—No te preguntaste ¿por qué volviste a esta época? —Inquirió la anciana. Cuando Yuan volteó para mirarla, se había esfumado.

En el almuerzo, Yuan conoció al hijo del emperador, un hombre serio y frío. Hablaron poco y luego el hombre se levantó y se retiró. Después se lo vio cabalgando hacia el Muro. Dalai llevó a Yuan a la gran muralla, y cuando estaban por llegar, el niño vio a un hombre que estaba escondiendo un libro, en la torre donde él había estado con su abuelo. Era el hombre de la leyenda. Yuan le gritó de lejos y el hombre se dio vuelta, pero se asustó y dejo caer el libro. Intentó buscarlo pero fue en vano, porque en la oscuridad de la noche no pudo ver, por lo que se descolgó de la muralla y huyó sin que Yuan pudiera detenerlo. Cuando llegó a la torre, buscó hasta que encontró el libro y lo vio: sin dudas, era el libro de su familia. Lo tomó entre sus manos con la intención de devolverlo, pero luego pensó: “¿Cómo volveré a casa si no es hoy?”. Pensó durante unos minutos, y al fin tomo la decisión que creyó mejor: regresaría al palacio a devolver el libro de genealogías, aunque él tuviera que quedarse allí para siempre.

Cuando volvieron, la anciana estaba esperándolo en la puerta, y con brazos abiertos y una sonrisa, tomó y guardó nuevamente el libro en la biblioteca. Luego fueron al jardín interior del palacio, donde encontraron al Qilin, quien corrió al lado de la anciana.

— ¿Puedes llevarme a casa?

—Yo no, pero él sí. —Dijo señalando al animal.

—Gracias.

—Gracias a ti, por traer a nosotros el Libro de Memorias. No me olvides. Mi nombre es Chen, y soy la madre del emperador.

Entonces, el animal se acercó y lamió la mano del niño. Las estrellas comenzaron a girar y Yuan se desmayó. Cuando despertó se encontraba en su casa, y su abuelo le estaba contando la leyenda.

—Y gracias a este niño, que devolvió el libro, los Dioses decidieron que desde ese momento, esa Muralla sería un lugar donde quedarían grabadas las genealogías de todas las personas. —Dijo Tian, terminando el relato.

— ¿Cómo se llamaba el niño?

—La leyenda lo nombra como “aquél que apareció desde la lluvia”, pero algunos le dicen “el ángel del Muro”.

Yuan se rio y se durmió.

“TIME a particle” by Citlalli H. Xochitiotzin

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TIME a particle

by Citlalli H. Xochitiotzin
translated by Elayne Petterson

A thirty-three-year-old man, in extreme weather, deserted, fasting, scarce water, scant food, he has a perfect body, it doesn’t matter if he understood the signs beforehand, the pain he feels overwhelms his whole imagination, it is immense, it started in the first hours of the day. Still bewildered in his prayer he asks, without losing consciousness, he looks at the scarlet color of a drop of blood on the palm of his hand, it is the picture of the shadow of suffering. The trunks of the olive trees shudder, the leaves of the trees cry with him. Sky and silence are held in a breath. In the distance the stars plead, sparkle, the light accompanies him with expectation. They sense desecration, it fills the bowels of the earth with trembling and he watches the blood fall from his eyes, he observes drop by drop; a kaleidoscope of horror, yells, hunger, anxiety, unrest, thousands of years under the scarlet shadow on Cain’s doorstep; siege. He stops twenty-one centuries later, broken voices in two giant trucks, shrouded with screams they burst, tens of bodies wrapped in black plastic, boys, men, women, the shouting hurts his stomach, he cries, they cry together. The jasmines around them shake, the sky moans, there is no time it’s all the same.

The wind is perfumed when he awakens, the ritual will begin, his atonement. The men sleep through the longest night. Beyond this time the trailers reek, it is the stench of the hyenas, the corpses are multiplying: Africa, Palestine, Syria, Greece, Turkey, the beaches of Italy, Spain, Brazil, Mexico, El Salvador, inside the window of time, no pain will be distant to him.

He looks at his disciples – wake up – wake up, wake up, he utters three times, he continues his walk. The men will awaken, the stars bristling in the darkest night announce the dawn. The prayers intonate piety, it comes to the awareness of every single mountain, rock, river, flower, animal, to every one of the disciples in the coming centuries. A prayer is heard: As you have been faithful…  so the blood of this age will not touch you…

The leaves fall slowly, the sky and the stars have rhythm, the pain shakes everything. It has begun. The men are still sleeping, they will wake up, HE knows, they will wake up.

The blood falls drop by drop to the earth, the birds shiver, the sea murmurs, beyond in another time; The lion next to the lamb, the bear next to the horse, the asp by the child. All pain, hate, impiety would burn the offender, petrify their faces, only the one who listened has his name. However, everyone heard, not everyone listened.

Tonight carries centuries and centuries in every one of his steps. Only the one who sharpened his ear has his name. He walks step by step through the garden, he waits for a kiss on the cheek.

“TIEMPO una partícula” de Citlalli H. Xochitiotzin

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TIEMPO una partícula

Citlalli H. Xochitiotzin

Un varón con treinta y tres años, en clima extremo, desierto, ayuno, escasa agua, parco alimento, tiene un cuerpo perfecto, no importa si comprendió con antelación las indicaciones, rebaza toda su imaginación el dolor sentido, es inmenso, inició desde las primeras horas del día. Aún aturdido en su oración se pregunta, sin perder su conciencia, mira sobre la palma de su mano el color purpura de la gota de sangre, es la imagen de la sombra del sufrimiento. Los  troncos de los olivos se estremecen, las hojas de los árboles lloran con él. Cielo y silencio se contienen en un suspiro. En la lejanía las estrellas imploran, tintinean, a la expectativa la luz le acompaña. Perciben la profanación, cubre de temblor las entrañas de la tierra y él mira la sangre caer de sus ojos, gota a gota observa; calidoscopio de horror, gritos, hambre, zozobra, desasosiego, miles de años bajo la sombra purpura en el umbral de Caín; el asedio. Se detiene veintiún siglos más adelante,  quebrantadas voces en dos camiones gigantes, amortajados de gritos irrumpen, decenas de cuerpos envueltos en plásticos negros, niños, hombres, mujeres, el vocerío hiere su ombligo, llora, lloran juntos. Los jazmines de su entorno se sacuden, el cielo gime, no hay tiempo todo es igual.

El viento se perfuma cuando se levanta, iniciará el ritual, su expiación. Los hombres duermen la noche más larga. Más allá de este tiempo los tráileres apestan, es el hedor de las hienas, se multiplican los cadáveres: África, Palestina, Siria, Grecia, Turquía, las playas de Italia, España, Brasil, México, El Salvador, entre el ventanal del tiempo, ningún dolor le será ajeno.

Mira a sus discípulos – despierten- despierten, despierten, pronuncia tres veces, continua su camino. Los hombres despertarán, las estrellas erizadas en la noche más obscura anuncian el amanecer. Las oraciones entonan piedad, llega a la conciencia de cada una de las montañas, rocas, ríos, flores, animales, de cada uno de los discípulos por los siglos por seguir. Se escucha una oración: En vista de que has sido fiel…para que la sangre de esta época no te toque…

Las hojas caen lentas, el cielo y los astros tienen un ritmo, sacude todo dolor. Ha comenzado, aún los hombres están adormilados, despertarán, sabe EL, despertarán.

Cae la sangre gota a gota sobre la tierra, se estremecen las aves, el mar murmura, más allá en otro tiempo; El León junto al cordero, el oso junto al caballo, la áspid junto al niño. Todo dolor, odio, impiedad calcinara a su transgresor, petrificarán sus frentes, sólo el que escuchó tiene su nombre. Más sin embargo todos oyeron, no todos escucharon.

Esta noche tiene siglos y siglos en cada uno de sus pasos… Sólo el que aguzó el oído tiene su nombre. Camina paso a paso por el huerto, espera un beso en la mejilla.

“DOCUMENTARY APPENDIX 1” by Gabriel González Núñez

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“DOCUMENTARY APPENDIX 1”

written and translated by Gabriel González Núñez

Omar Ibayú was born at an unknown date before 1800, probably in San Francisco de Borja. The lack of documentary evidence about this early period in his life has created a number of mysteries. This has resulted in several unfounded legends about his youth, e.g., that he often spoke with the deer and birds that lived in the town he grew up in. Fortunately, the period of his life in which he carried out his ministry is well documented. He kept many records himself through letters, journals, reports, and so forth—always in his elegant handwriting, which he probably developed in the years when he is believed to have lived in Purificación. Below, we transcribe a fragment from the very first known account of the Glorious Vision. This text comes from a letter he wrote in 1823 to Father Damian, a Franciscan priest in San Miguel Arcángel with whom Ibayú had, up to that point, a close relationship. The letter clearly shows the profound difference in worldviews that would eventually lead to the Flight of 1825:

“I have always trusted you very much. It is because of it that I am now pointing out to you, with all the brotherly love found in my heart, that the time has come for the people to open their eyes and see all that the Lord wishes to show them. God has always shown kindness to the natives of this land. If, in his infinite wisdom, he has suffered us for a season to be in bondage, it is because he desires to cleanse us so that as his people we can take his sweet gospel to every corner of the earth, in the manner in which he himself commanded his disciples in former days. Wickedness shall not triumph, for the Heavens protect us, and this the natives of Paraná and of other lands will soon know. I myself was once ignorant, having no knowledge of these and many other things, until my kind God in his infinite mercy sent to me three Indians from Colombia. They came to this San Borja reduction after crossing all of Tawantinsuyu.  I cannot reveal their names, but let it suffice to say they were disciples of the Lamb of God.

“On a Monday evening after mass, I was making a harp out cedar when three men of short stature entered the workshop. I could tell they were American Indians, like myself, but their appearance was different from the Spanish or other American natives. They wore long blue ponchos and blue hats. Their espadrilles had no upper so that their soles were held to the foot by means of rope only. Instead of wearing their hair loose, they tied it behind their back in a long and curious braid. They communicated with each other in a language they indicated was the language of the Kichwa. Because they had no knowledge of most languages spoken here, for they knew no Guarani or Portuguese, we spoke in Spanish. They earnestly asked for water, so I took them home and gave them to drink. We conversed for many an hour in a manner such that, had it been heard by others, it would have been considered nonsense. They explained in all manner of details the error in the superstitions of the natives in these lands, who refuse to follow our Lord Jesus Christ and instead worship other gods and fear the spirits. They explained many other things which I have laid before you above, things regarding how the hour of deliverance for the natives of this land is near. Moreover, they invited me to pray in seclusion that I might know the will of the Lord God.

“That same evening they took leave and headed down to the river without revealing their final destination. Many of their words penetrated deep into my heart, affecting my mood for several days. It became difficult for me to give all my might to my duties. I so deeply pondered the words of the three foreigners that I even failed to show for the harvest of lettuce and beets. It was in this manner of circumstances that I decided to retreat into the jungle to pray as commanded. After having walked about a league, I bent my knees and made the sign of the holy cross. Straightway I heard some noises around me, as if a troop of bandeirantes was circling about, and a great fear took hold of my thoughts. I wished to stand but a dark mist came down upon me, and I felt as if bound by heavy chains.

»In terror, I cried out to my dear God that he would have mercy on me. It was then that a marvelous miracle occurred as thousands of white butterflies descended all about me, on the soil, on the shrubs, on the treetops, and with the flapping of their wings, they dispelled the evil mist. I looked up, and I saw two beautiful, glowing men standing in a gigantic burning flame in front of me. One of them, who had flowing black hair and beard, pointed to the other, and speaking in my beautiful Guarani tongue, said to hear his Beloved and Holy Son. The other took a step forward and raised the palms of his hands, showing me the bleeding wounds of his crucifixion. I looked down at his feet, and there too were found the infamous injuries. When I looked at his eyes I noticed his face, his weary face, under the cruel crown of thorns, all of which was greatly moving. In his eyes, I saw pure love as he tenderly told me to renounce my religion and the Mother Church, for her sole purpose was to prepare the hearts of men to receive the true gospel, which would be revealed to me by the mouth of my forefathers. He expounded to me many other things, after which both of them walked away among the tree until I could no longer see them, and all the beautiful butterflies, who had silently witnessed this glorious vision, flew after them. As I write all of this that has happened to me, the recollection of it makes my hand tremble, but not my heart, for it overflows with infinite gratitude due to the greatness and kindness of my dear God and his tender Son, who loved me so much that they appointed me to be their prophet in these Americas!

“The reason I had not yet revealed any of this is because they commanded me to say nothing until divine Providence would make it clear that the time had come to do it. That time is now, as was manifested to me last night, next to my own bed, by another pious and beloved apparition. With your permission, I shall now recount this second vision, and all that in it transpired…”

“ANEXO DOCUMENTAL I” de Gabriel González Núñez

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“Anexo Documental I”

Gabriel González Núñez

Omar Ibayú nació en una fecha no determinada anterior a 1800, probablemente en San Francisco de Borja. La escasez documental sobre esta etapa temprana de su vida crea una serie de misterios, que se ve reflejada en las muchas leyendas infundadas sobre su infancia, como aquella que sostiene que solía conversar con los venados y las aves que rondaban el pueblo en que se crio. Por fortuna, la porción de su vida dedicada al ministerio está bien documentada. Él mismo llevó copiosos registros —siempre con su elegante caligrafía, posiblemente adquirida durante los años en que se cree que vivió en Purificación— en forma de cartas, diarios, memorias, etc. A continuación presentamos un fragmento del primer relato de la Aparición Gloriosa del que se tiene constancia. Hemos recogido este material de una carta que envió en enero de 1823 al padre Damián, un franciscano de San Miguel Arcángel con quien hasta ese momento Ibayú llevaba una estrecha relación. Queda de manifiesto en la carta la profunda diferencia de cosmovisiones que desencadenará en la llamada Huida del Año XXV:

«Vmd. me ha inspirado siempre la mayor de las confianzas y es por ello que le señalo con todo el amor fraternal que en mi seno se anida que es tiempo de que los pueblos abran los ojos y conozcan todo cuanto Jehová anhela comunicarles. Dios siempre ha demostrado sus bondades a los naturales de esta tierra, y si por unos tiempos ha permitido en su infinita sabiduría que seamos víctimas del yugo del cautiverio, es porque procura nuestra purificación para que como su pueblo llevemos el dulce evangelio a los confines de la tierra como él mismo mandó a sus discípulos en los días primeros. No ha de triunfar la iniquidad pues el Cielo nos protege y de aquí a poco todos los naturales del Paraná lo sabrán, así como del resto de estas tierras. Yo mismo pecaba de ignorancia sin conocer todas estas y muchas otras cosas, hasta que Diosito en su infinita piedad envió en pos de mí a tres indios de Colombia llegados a esta reducción de San Borja tras atravesar todo el Tahuantinsuyo. Sus nombres no los puedo revelar, pero básteme con decir que eran discípulos del Agnus Dei.

»Un lunes al salir yo de la misa de la tarde me encontraba tornando un cedro en harpa cuando entraron en el taller tres varones de escasa estatura. Me daba cuenta que eran indígenas de América como yo, pero su apariencia era diferente a la de españoles y americanos. Vestían unos largos ponchos azules y sombreros del mismo color y por alpargatas portaban una suela con atadura que les resguardaba sólo la planta del pie. En lugar de llevar el cabello suelto lo tenían atado en una larga y curiosa trenza. Entre sí hablaban una lengua que me dijeron era la de los quichuas pero, como ellos ignoraban casi todas las lenguas de estos lugares, no sabiendo hablar ni guaraní ni portugués, nos comunicábamos en castellano. Solícitamente me pidieron agua por lo cual los llevé a mi casa y les di de beber. Por varias horas nos dedicamos a una tertulia que quien la escuchase la hubiese considerado un desperdicio de tiempo, ya que me explicaban con detenimiento lo errado de las supersticiones de los naturales de todas estas tierras, que no deseando seguir a nuestro Señor Jesucristo adoraban dioses ajenos y temían a los espíritus. De igual modo me explicaron muchas cosas que a Vmd. he expresado más arriba, sobre que se aproxima la hora de la liberación de los naturales de estas tierras y me invitaron a rezar en recogimiento buscando la voluntad de Jehová Dios.

»Partieron esa misma tarde rumbo al río, sin darme explicaciones sobre su destino, pero muchas de sus palabras calaron en mis entrañas, perturbándome el ánimo por varios días. Ya me resultaba difícil dedicar mis fuerzas a mis obligaciones, faltando incluso a las cosechas de las lechugas y las remolachas por meditar profundamente las palabras de los tres forasteros. Decidí en este género de circunstancias apartarme a la selva para rezar como me habían mandado y estando como a una legua del pueblo me hinqué de hinojos y me persigné. En un momento sentí un ruido en torno a mí, como si una tropa de bandeirantes rondase el sitio y un grande temor se apoderó de mis pensamientos. Quise ponerme de pie pero una niebla oscura ascendió hacia mí y me sentí como impedido por unas fuertes cadenas.

»Aterrado clamé a Diosito que se apiadase de mí y fue entonces que ocurrió el prodigioso milagro en que miles de mariposas blancas descendieron en torno a mí, posándose en el suelo, en la maleza, en las copas de los árboles y con su aleteo disiparon la siniestra niebla. Levanté la mirada y vi de pie frente a mí en el interior de una gigantesca llama ardiente a dos varones bellos y luminosos. Uno de ellos, de enormes barbas y larga cabellera negra, apuntó al otro y hablándome en mi hermosa lengua guaraní me mandó dar oído a éste, su Bienamado y Santo Hijo. El otro dio un paso hacia adelante y levantó las palmas de las manos, mostrándome las heridas sangrantes de su crucifixión. Dirigí la mirada a los pies y allí también estaban las infames marcas. Y cuando lo miré a los ojos vi su rostro, su demacrado rostro, bajo la cruel corona de espinas, lo cual me movió de sobremanera. En sus ojos vi puro amor cuando dulcemente me decía que yo renunciase a mi religión a la Madre Iglesia ya que el solo propósito de ésta era preparar el corazón de los hombres para recibir el evangelio verdadero, el cual me será restablecido por boca de mis antepasados. Me explicó muchas cosas más tras lo cual los dos se internaron entre los árboles hasta desaparecer de mi vista, partiendo en pos de ellos todas las bellas mariposas que inmóviles fueron dulces testigos de esta gloriosa aparición. ¡Al poner por escrito para Vmd. todo esto que me sucedió, el recuerdo me hace temblar el puño pero no el corazón, el cual me reboza de infinita gratitud por la grandeza y bondad de Diosito y su tierno Hijo, que amándome tanto me escogieron para ser su profeta en estas tierras americanas!

»Si nada de esto he revelado antes es porque me mandaron no decir nada hasta que la divina Providencia dejase en claro que era el momento de hacerlo. El momento ha llegado, como anoche me lo manifestó otro piadoso y amado aparecido que vi junto a mi propio lecho. Con licencia de Vmd. le contaré de esta segunda aparición y todo lo que en ella me sucedió…»

Introductory Essay: Around the World in Mormon Lit

We are about to launch a journey that we feel confident stating is unlike one that has ever been seen before in Mormon literature. Over the next two weeks, we will publish twelve LDS-themed short stories, essays, and poems—set all over the world and written by authors living around the world. These finalists will be published in six languages (as well as with English translations).

Last year, when we started our planning process, we were a little nervous about whether we’d be able to reach writers around the world on our first attempt. It seems, though, that many Latter-day Saints have been hoping for a chance to share stories and only been waiting to learn where they could find it. From when we announced the contest in August until the contest deadline, December 31st, we had people visit our website to read about the contest from ninety-three countries around the world. This was made possible through a combination of word of mouth and a worldwide Facebook advertising campaign.

In the end, writers from twenty-two different countries submitted almost one hundred entries. Our greatest number of entries came from Argentina, followed closely by Mexico; other entries hailed from Cape Verde, Ghana, Moldova, Papau New Guinea, India, and others. We had people enter the contest from each (inhabited) continent/region of the world—North America, South America, Africa, Europe, Asia, and Oceania—and over the next two weeks we are publishing stories representative of each of these regions.

Why this contest?

This contest grew out of desire—from both readers and writers of our previous contests—to experience stories from Latter-day Saints all over the world. Of the sixteen million members of the church, only six million live in the United States, and yet a large majority of our past contest entrants were from the United States. Our goal of this contest was to find and publish amazing storytellers whose voices, and even languages, might be new to our readers.

In doing so, we think we are taking steps to follow the Savior’s directive, which He gave time and time again, to “be one”—“one fold” with “one shepherd.” We are expected, as members of the Church of Jesus Christ of Latter-day Saints to have unity. And unity is something you have to reach for.

But what does this unity look like in Mormon Literature?

The first step in building greater unity in literature is simply sharing an imaginative space. Unity does not mean, however, that we should simplify or erase our differences to put on a single face. We are not attempting to choose one representative story for all of us.

We can only be one if we listen to and celebrate all of our stories, stories that grow from different places, cultures, struggles, and strengths. We look across the campfire, we sit quietly, and we listen. Sometimes the stories will be told in ways that are familiar to us; other stories will use different storytelling traditions that diverge from our own.

One of Jules Verne’s most celebrated books is Around the World in Eighty Days. In order to win a wager, the main character, Phineas Fogg, attempts to circumnavigate the entire world in eighty days. So intent is he in trying to achieve his goal that often he does not even look outside the window to experience the world as he travels around it. Sometimes we do the same as church members and readers—we travel, to be sure, but may not take the effort to look out the window, or else look too shallowly, too briefly, without allowing ourselves to be impacted by what is on the other side.

I’ve often heard Latter-day Saints come back after time outside their native countries and exclaim, “You can feel the Spirit at church anywhere in the world!” I have personally attended LDS churches in Brazil, Finland, Iceland, Germany, Egypt, and the United States, and it is true that I felt the Spirit of God in each place. And yet I also saw God through what was distinct in each place. In each place I had markedly different experiences that went beyond whether the church building had a basketball court or a fútbol field, or whether people in that place are baptized in a font, a river, or a hot tub. In different places I was able to learn different things about myself, my Savior, and my relationship to Him.

Perhaps we only truly come to unity in the faith by honoring what is unique in each manifestation of faith.

Two Approaches

There are insights to be gained from people writing things outside their own experiences, insights that require a writer imagining someone else’s experience. This, at its core, is the task of the fiction writer. In this contest we have a wide array of fiction, including fiction in which writers explore characters from other cultures, for example, a female Brazilian writing a Portuguese-language story about a Japanese man in “Two Missions.”

The second approach is to write out of your own experience. This, at its core, is the task of the nonfiction writer. It also applies, in this contest, to fiction writers telling fictional stories which represent their own place and time, drawing more directly on their own experience.

In the next two weeks we will publish a prose poem on the Savior and a poetic monologue from the devil’s point of view. We will publish essays about life on an island in Cape Verde, family complications caused by conversion, and serving in old age. We will publish a young adult romance, a story of despair and connection, a tale of tattoos, two stories involving time travel, a creation story, and an alternate history of the Restoration.

As we sit around this campfire and truly listen to each other’s stories, we are better equipped to follow the Savior’s directive to love one another. So we hope you’ll join us for the coming two weeks for Around the World in Mormon Lit. We hope the stories will challenge and inspire you, that together we can hear a multitude of voices, and that we may be one. We also hope, when the two weeks are over, that you’ll take the time to vote for your favorites and to help recognize these writers from around the world.

-Katherine Cowley, Contest Lead Editor

-Nicole and James Goldberg, Mormon Lit Lab Supervising Editors

Additional Notes

Stories will be published daily at 9 a.m. MDT.

If you’d like to see daily updates on the contest, please visit our Facebook page.

For a discussion of the entries, visit our open discussion on our Patreon.

If you have a story, essay, or poem that would like to share, please consider submitting to the 8th Annual Mormon Lit Blitz by 31 May 2019.

This contest and our other contests are made possible through the generosity of readers and writers. If you would like to support this and other Mormon Lit Blitz contests, please visit our Patreon.

2016 Mormon Lit Blitz Winner + Updates

The Winner

Five years.

We have now held the Mormon Lit Blitz contest for five years. And we’re pleased to report that Mormon literature is alive and well. Over the past five years we’ve published 60 pieces in the Mormon Lit Blitz contests and 17 pieces in our other contests. Each year, we’ve had the opportunity to share new poems, new essays, and new stories that engage with the fundamental question of what it means to be a Mormon.

It was a tight race this year, with the top four places in question throughout the entire week of voting. And now, readers’ four favorite pieces for the 2016 Mormon Lit Blitz: Continue reading 2016 Mormon Lit Blitz Winner + Updates

“Last Tuesday” by William Morris

It was Vernon Hamblin found it. He saw it scampering along the side of the highway out on the stretch of the Arizona Strip just north of Molly’s Nipple. Vernon said his first thought was to offer it food. Luckily, he had half a stale Big Hunk bar in his denim jacket. The creature gulped it down and gave him a nod. Vernon nodded at the truck. It climbed right in and sat down.

You might be wondering why I’m telling this story at this difficult, strange time in our nation’s history, but please bear with me for just a moment, brothers and sisters. Continue reading “Last Tuesday” by William Morris