“ANEXO DOCUMENTAL I” de Gabriel González Núñez

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“Anexo Documental I”

Gabriel González Núñez

Omar Ibayú nació en una fecha no determinada anterior a 1800, probablemente en San Francisco de Borja. La escasez documental sobre esta etapa temprana de su vida crea una serie de misterios, que se ve reflejada en las muchas leyendas infundadas sobre su infancia, como aquella que sostiene que solía conversar con los venados y las aves que rondaban el pueblo en que se crio. Por fortuna, la porción de su vida dedicada al ministerio está bien documentada. Él mismo llevó copiosos registros —siempre con su elegante caligrafía, posiblemente adquirida durante los años en que se cree que vivió en Purificación— en forma de cartas, diarios, memorias, etc. A continuación presentamos un fragmento del primer relato de la Aparición Gloriosa del que se tiene constancia. Hemos recogido este material de una carta que envió en enero de 1823 al padre Damián, un franciscano de San Miguel Arcángel con quien hasta ese momento Ibayú llevaba una estrecha relación. Queda de manifiesto en la carta la profunda diferencia de cosmovisiones que desencadenará en la llamada Huida del Año XXV:

«Vmd. me ha inspirado siempre la mayor de las confianzas y es por ello que le señalo con todo el amor fraternal que en mi seno se anida que es tiempo de que los pueblos abran los ojos y conozcan todo cuanto Jehová anhela comunicarles. Dios siempre ha demostrado sus bondades a los naturales de esta tierra, y si por unos tiempos ha permitido en su infinita sabiduría que seamos víctimas del yugo del cautiverio, es porque procura nuestra purificación para que como su pueblo llevemos el dulce evangelio a los confines de la tierra como él mismo mandó a sus discípulos en los días primeros. No ha de triunfar la iniquidad pues el Cielo nos protege y de aquí a poco todos los naturales del Paraná lo sabrán, así como del resto de estas tierras. Yo mismo pecaba de ignorancia sin conocer todas estas y muchas otras cosas, hasta que Diosito en su infinita piedad envió en pos de mí a tres indios de Colombia llegados a esta reducción de San Borja tras atravesar todo el Tahuantinsuyo. Sus nombres no los puedo revelar, pero básteme con decir que eran discípulos del Agnus Dei.

»Un lunes al salir yo de la misa de la tarde me encontraba tornando un cedro en harpa cuando entraron en el taller tres varones de escasa estatura. Me daba cuenta que eran indígenas de América como yo, pero su apariencia era diferente a la de españoles y americanos. Vestían unos largos ponchos azules y sombreros del mismo color y por alpargatas portaban una suela con atadura que les resguardaba sólo la planta del pie. En lugar de llevar el cabello suelto lo tenían atado en una larga y curiosa trenza. Entre sí hablaban una lengua que me dijeron era la de los quichuas pero, como ellos ignoraban casi todas las lenguas de estos lugares, no sabiendo hablar ni guaraní ni portugués, nos comunicábamos en castellano. Solícitamente me pidieron agua por lo cual los llevé a mi casa y les di de beber. Por varias horas nos dedicamos a una tertulia que quien la escuchase la hubiese considerado un desperdicio de tiempo, ya que me explicaban con detenimiento lo errado de las supersticiones de los naturales de todas estas tierras, que no deseando seguir a nuestro Señor Jesucristo adoraban dioses ajenos y temían a los espíritus. De igual modo me explicaron muchas cosas que a Vmd. he expresado más arriba, sobre que se aproxima la hora de la liberación de los naturales de estas tierras y me invitaron a rezar en recogimiento buscando la voluntad de Jehová Dios.

»Partieron esa misma tarde rumbo al río, sin darme explicaciones sobre su destino, pero muchas de sus palabras calaron en mis entrañas, perturbándome el ánimo por varios días. Ya me resultaba difícil dedicar mis fuerzas a mis obligaciones, faltando incluso a las cosechas de las lechugas y las remolachas por meditar profundamente las palabras de los tres forasteros. Decidí en este género de circunstancias apartarme a la selva para rezar como me habían mandado y estando como a una legua del pueblo me hinqué de hinojos y me persigné. En un momento sentí un ruido en torno a mí, como si una tropa de bandeirantes rondase el sitio y un grande temor se apoderó de mis pensamientos. Quise ponerme de pie pero una niebla oscura ascendió hacia mí y me sentí como impedido por unas fuertes cadenas.

»Aterrado clamé a Diosito que se apiadase de mí y fue entonces que ocurrió el prodigioso milagro en que miles de mariposas blancas descendieron en torno a mí, posándose en el suelo, en la maleza, en las copas de los árboles y con su aleteo disiparon la siniestra niebla. Levanté la mirada y vi de pie frente a mí en el interior de una gigantesca llama ardiente a dos varones bellos y luminosos. Uno de ellos, de enormes barbas y larga cabellera negra, apuntó al otro y hablándome en mi hermosa lengua guaraní me mandó dar oído a éste, su Bienamado y Santo Hijo. El otro dio un paso hacia adelante y levantó las palmas de las manos, mostrándome las heridas sangrantes de su crucifixión. Dirigí la mirada a los pies y allí también estaban las infames marcas. Y cuando lo miré a los ojos vi su rostro, su demacrado rostro, bajo la cruel corona de espinas, lo cual me movió de sobremanera. En sus ojos vi puro amor cuando dulcemente me decía que yo renunciase a mi religión a la Madre Iglesia ya que el solo propósito de ésta era preparar el corazón de los hombres para recibir el evangelio verdadero, el cual me será restablecido por boca de mis antepasados. Me explicó muchas cosas más tras lo cual los dos se internaron entre los árboles hasta desaparecer de mi vista, partiendo en pos de ellos todas las bellas mariposas que inmóviles fueron dulces testigos de esta gloriosa aparición. ¡Al poner por escrito para Vmd. todo esto que me sucedió, el recuerdo me hace temblar el puño pero no el corazón, el cual me reboza de infinita gratitud por la grandeza y bondad de Diosito y su tierno Hijo, que amándome tanto me escogieron para ser su profeta en estas tierras americanas!

»Si nada de esto he revelado antes es porque me mandaron no decir nada hasta que la divina Providencia dejase en claro que era el momento de hacerlo. El momento ha llegado, como anoche me lo manifestó otro piadoso y amado aparecido que vi junto a mi propio lecho. Con licencia de Vmd. le contaré de esta segunda aparición y todo lo que en ella me sucedió…»