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La Muralla del Tiempo
Camila Andrea Fernández
—Niños, ¿qué significado tiene su nombre?, ¿proviene de algún antepasado, como un abuelo o abuela? —Preguntó la maestra de primaria a los niños. Yuan no sabía por qué se llamaba así, lo que le dio curiosidad y le preguntó a su abuelo ese mismo domingo al mediodía.
—Uno de nuestros antepasados se llamó Chu Yuan-Chang. Fue un emperador, fundador de la dinastía Ming. —Dijo su abuelo, que, viendo el rostro apasionado del niño, prosiguió— Los Ming, en los siglos XV y XVI, fueron los que erigieron el Muro de los Diez Mil Li.
— ¿Por qué decidieron construir el Muro? —Preguntó Yuan. La historia había captado su atención a tal punto que se le enfriaban los tallarines.
—Bueno, en esa época, las batallas eran algo común, y los diferentes estados construyeron murallas para defenderse. Cuando el imperio se unificó, la dinastía Ming hizo que todas las pequeñas murallas constituyeran una sola, y así se creó el Muro.
—Hoy en la Primaria nos dijeron que teníamos que conocer a nuestros antepasados; que teníamos que hacer el árbol familiar. —Dijo el niño con aire distraído mientras comía los fideos. Su abuelo se quedó pensando un momento, y siguió comiendo.
En la noche, Yuan se preparó para dormir, y su abuelo fue a verlo a su habitación.
— ¿Alguna vez escuchaste la leyenda de la Muralla del Tiempo? —Dijo su abuelo con el mismo tono de misterio que usaba cuando estaba por contar alguna historia. Yuan enseguida levantó los ojos con el brillo típico de un niño lleno de curiosidad. Tian, su abuelo, comenzó el relato: —Hace mucho tiempo, cuando las personas aún escribían sus líneas genealógicas en enormes libros de cuero, un hombre, escondió su genealogía entre las rocas del Gran Muro con la intención de borrar su nombre de la historia y comenzar de nuevo. Sin embargo, sus ancestros vieron sus actos y no quisieron permitirlo, por lo que los Creadores, los Dioses, decidieron que desde ese momento, esa Muralla sería un lugar donde quedaran grabados todos los antepasados de todas las personas, incluyendo al hombre que había escondido su nombre allí. Aunque hay un punto clave en esta leyenda, porque no todas las noches se puede observar este cambio en la Muralla del Tiempo, como se le había llamado desde allí en adelante; sólo cuando ocurre la conjunción planetaria se puede observar a los antepasados de quien esté presente allí, ya que fue justo en una ocasión como esa cuando aquel hombre escondió su genealogía.
— ¿Qué es una conjunción planetaria? —Preguntó interesado su nieto.
—Es cuando los planetas se alinean, de modo que se ven todos en una línea recta en el cielo.
— ¿Y cuándo crees que pase eso de nuevo?
—Según algunos astrónomos, la conjunción pasará dentro de treinta días a partir de mañana. —Dijo Tian con los mismos ojos brillantes que su nieto. —Nosotros no tenemos el Libro de Memorias de nuestra familia, porque se perdió hace tiempo, así que no conozco la genealogía completa de nuestra familia… pero en la Muralla del Tiempo seguramente puedas verla.
—Y, ¿cómo es que podemos ver a nuestros antepasados?
—Algunos dicen que se nos aparecen como espíritus, otros dicen que se proyectan como una película sobre las piedras de la muralla, pero nunca logran contarlo, y los rumores son más fuertes que las historias verídicas.
— ¿Podríamos ir, no? Para navidad. —Dijo emocionado Yuan.
— ¡Vamos a ir! Además, así visitamos a tu tía. —Respondió su abuelo.
Para Yuan, el mes pasó volando; y el viaje hasta Pekín fue lo más largo que podría haber experimentado: durmió, comió, y volvió a dormir, hasta que al fin llegaron. La ciudad era más grande de lo que Yuan había imaginado; aunque se parecía bastante a la ciudad donde vivía él. Los edificios eran a su vista gigantescos. Con su tía fueron a visitar los lugares más famosos de Pekín: La Ciudad Prohibida, el Templo del Cielo, hasta que oscureció y volvieron a la casa.
—Vamos a pasar la navidad con la tía y luego vamos a ir al Muro, ¿está bien? —Le dijo Tian a su nieto, quien sonrió como respuesta.
La tía hizo cantidad de comidas para la cena de Navidad, por lo que cenaron felices. Luego de la comida, cantaron “noche de luz” junto a la ventana, y después fueron afuera a ver los fuegos artificiales. Miraron las estrellas hasta que Yuan se durmió; entonces Tian lo alzó y lo llevó a su habitación. A la mañana siguiente desayunaron y Tian le explicó a su nieto cuándo iban a ir al gran Muro.
—Entonces, pasado mañana vamos a irnos al Muro de los Diez Mil Li, y a la noche esperaremos a ver qué pasa. —Yuan se emocionó y todo aquel día estuvo preparando cosas, armando y desarmando el bolso que iba a llevar.
El día en que iban a partir, se despidieron de la tía de Yuan y tomaron el colectivo hasta el Muro de los Diez Mil Li. Cuando llegaron, ambos se sorprendieron de cuán grande era: La escalera que debían subir parecía no tener fin, pero aun así la subieron. Llegaron a una de las torres y observaron: no tenía fin ni a la izquierda ni a la derecha. Pasaron el día entero recorriendo la gran muralla, hasta que llegó la noche, entonces se sentaron en una de las torres a esperar.
Tian ya se había dormido hacía tiempo cuando Yuan escuchó un ruido afuera de la torre. Se quedó quieto, esperando, escuchando cualquier susurro del viento, cuando por el umbral apareció un animal: tenía cuerpo de león, piel de pez y cuernos de ciervo. Yuan lo reconoció como el Qilin, uno de los seres mitológicos de la cultura China. El ser se le acercó lentamente y luego de olerlo, lamió su mano. De pronto todo el entorno se volvió confuso, las estrellas empezaron a girar, y la Muralla a lo largo se movía como una serpiente. Yuan cayó de espaldas y, con la vista fija en el cielo, vio los planetas alineados, la conjunción; entonces se desmayó. Cuando despertó vio al mismo ser, el Qilin, a su lado observándolo fijamente.
— ¿Qué haces aquí, niño? —Dijo una voz cercana. Yuan observó y reconoció a un soldado. Éste extendió un brazo y lo incorporó de un salto. — ¡Vete a la torre ahora mismo! — Dijo y lo empujó hacia la torre.
Yuan de pronto se vio rodeado de soldados, con una lluvia torrencial mojándolo y una confusión que empeoró cuando llegó a la torre y no vio a su abuelo acostado. Vio una roca pasando sobre su cabeza que provenía de una de las catapultas del ejército enemigo y a varios soldados agazapados en la muralla tirando flechas. Se acurrucó en una de las esquinas de la torre y observó la misma escena durante horas hasta que un hombre se acercó, se agachó, y le dio un plato de comida.
—Hola pequeño, soy Dalai. ¿Cómo te llamas? —Preguntó con voz dulce.
—Me llamo Yuan, señor.
—Te voy a llevar a casa. —Respondió y se fue. Al poco tiempo volvió con una bolsa e hizo que lo siguiera. El Qilin ya no estaba.
Yuan lo siguió por pasadizos bajo tierra, hasta que llegaron a un camino rodeado de pastizales. No hablaron durante todo el camino, y cuando ya habían pasado algunas horas y Yuan quería caer rendido en el pasto, el hombre paró. Durmieron un poco y luego prosiguieron el viaje durante otro día. Entonces llegaron a un complejo enorme, la Ciudad Prohibida; aunque no se detuvieron y entraron a un gran palacio, llamado el Palacio de la Suprema Armonía. Lo llevó por distintos corredores hasta una gran habitación.
—Ésta es tu habitación. Te quedarás aquí hasta que venga a buscarte. Puedes bañarte y dormir un poco. —Dijo el hombre y se retiró. Yuan se bañó y cayó rendido en su lecho.
Al día siguiente lo llevaron a un salón gigante, donde había un trono y sentado en él, un hombre con barba y bigote largo y blanco. Dalai se inclinó y lo reverenció, Yuan lo copió y luego fue presentado.
—Emperador Hongwu, le presento a aquél que apareció desde la lluvia, Yuan. —El emperador, con un porte digno de un rey, no se inmutó ante tal presentación.
— ¿Cómo llegaste al Muro? —Le preguntó el emperador a Yuan.
—Llegué con el Qilin, emperador. —El emperador se asombró con tal respuesta, y pidió que le cuente más. Yuan le contó toda la historia, y cuando hubo terminado, el emperador se quedó anonadado.
—Te das cuenta que has viajado en el tiempo, ¿verdad, muchacho? — Le preguntó Dalai cuando lo llevó de nuevo a la habitación. Yuan se quedó mirado el suelo, asimilando todo lo que había pasado.
— ¿Cómo voy a volver? —Le preguntó, confundido.
—Yo sé cómo volverás. —Dijo una voz temblorosa que venía desde la puerta. Era una anciana que estaba junto a la puerta. —Viniste con un propósito: conocer a tus antepasados, ¿cierto? Entonces lo que debes hacer es conocerlos. Empezarás mañana por la mañana en la biblioteca.
—Pero no tenemos un libro de genealogía. —Dijo Yuan.
—Aquí sí. —Respondió la anciana.
A la mañana siguiente Yuan fue a la biblioteca y encontró a la anciana sentada con un libro grueso y viejo ante ella. Comenzaron a leer nombre por nombre, desde los padres del emperador y sus ascendientes, hasta que encontraron páginas en blanco.
— ¿Qué pasa con estas páginas? —Preguntó Yuan.
—Estas páginas son las que todavía no se escriben, son las que nuestros sucesores escribirán. Son las que tú escribirás.
—Pero si nosotros no tenemos este libro, ¿quién se lo quedó?
—No te preguntaste ¿por qué volviste a esta época? —Inquirió la anciana. Cuando Yuan volteó para mirarla, se había esfumado.
En el almuerzo, Yuan conoció al hijo del emperador, un hombre serio y frío. Hablaron poco y luego el hombre se levantó y se retiró. Después se lo vio cabalgando hacia el Muro. Dalai llevó a Yuan a la gran muralla, y cuando estaban por llegar, el niño vio a un hombre que estaba escondiendo un libro, en la torre donde él había estado con su abuelo. Era el hombre de la leyenda. Yuan le gritó de lejos y el hombre se dio vuelta, pero se asustó y dejo caer el libro. Intentó buscarlo pero fue en vano, porque en la oscuridad de la noche no pudo ver, por lo que se descolgó de la muralla y huyó sin que Yuan pudiera detenerlo. Cuando llegó a la torre, buscó hasta que encontró el libro y lo vio: sin dudas, era el libro de su familia. Lo tomó entre sus manos con la intención de devolverlo, pero luego pensó: “¿Cómo volveré a casa si no es hoy?”. Pensó durante unos minutos, y al fin tomo la decisión que creyó mejor: regresaría al palacio a devolver el libro de genealogías, aunque él tuviera que quedarse allí para siempre.
Cuando volvieron, la anciana estaba esperándolo en la puerta, y con brazos abiertos y una sonrisa, tomó y guardó nuevamente el libro en la biblioteca. Luego fueron al jardín interior del palacio, donde encontraron al Qilin, quien corrió al lado de la anciana.
— ¿Puedes llevarme a casa?
—Yo no, pero él sí. —Dijo señalando al animal.
—Gracias.
—Gracias a ti, por traer a nosotros el Libro de Memorias. No me olvides. Mi nombre es Chen, y soy la madre del emperador.
Entonces, el animal se acercó y lamió la mano del niño. Las estrellas comenzaron a girar y Yuan se desmayó. Cuando despertó se encontraba en su casa, y su abuelo le estaba contando la leyenda.
—Y gracias a este niño, que devolvió el libro, los Dioses decidieron que desde ese momento, esa Muralla sería un lugar donde quedarían grabadas las genealogías de todas las personas. —Dijo Tian, terminando el relato.
— ¿Cómo se llamaba el niño?
—La leyenda lo nombra como “aquél que apareció desde la lluvia”, pero algunos le dicen “el ángel del Muro”.
Yuan se rio y se durmió.